En total éramos más de 120 personas y llenamos los tres autobuses que estaban allí. El viaje duró tres horas, durante las cuales todos intentábamos ocuparnos como pudiéramos, varios platicaban y otros escuchábamos música y mirábamos el paisaje por la ventana (colinas, montañas, gallinas, vacas, árboles, perros, gente y Six Flags). Cuando llegamos al punto en el cual el camión ya no nos podía llevar más lejos, nos bajamos y empezamos la caminata hacia el bosque en si. A la mitad de la trayectoria, nos paramos para hablar con el Presidente Municipal que nos platicó un poco de lo que haríamos en ese lugar y la meta de esta actividad. Después, nos separaron en tres grupos.
Al bajar al sitio donde sería la reforestación nos volvieron a dividir en tres grupos; los más “fuertes” irían hasta abajo, o más abajo que los demás, los menos fuertes estarían más cerca de la salida y los “intermedios” estarían, precisamente, entre los dos grupos. Después de una breve demostración de cómo se debían plantar los arbolitos (que habían bajado los niños del grupo en cajitas), empezó la reforestación. A mí me tocó en el grupo de los “fuertes” y bajamos un poco más que los demás. Mi grupo consistía de cuatro niñas y tres niños. Fue un gran trabajo en equipo.
Al principio yo tuve la oportunidad de cavar las sepas, transportar los arbolitos y sembrarlos, pero al final sólo excavé y planté los arbolitos que alguien más traía. La vista desde el punto en el que estábamos era preciosa, cada vez bajaba más y más nada mas para poder ver todo el verde y las colinas que estaban allí. No hay palabras para describir ese lugar y ese sentimiento al estar allí, se podría decir que era mágico; cuando el viento soplaba, se podía oír cómo las hojas en los árboles se movían y hasta se sentía cómo se movían los troncos, el aire era limpio (un contraste con el “smog” de la ciudad), y simplemente la belleza de todo lo que nos rodeaba era sorprendente. Cuando iban a dar las cinco de la tarde, todos nos regresamos al lugar donde nos reunimos al principio y ahí, descansamos y comimos lo que habíamos traído con nosotros. Algunos compraron quesadillas y tlacoyos que preparaban unas señoras que estaban allí, otros compraron helados que vendían otras señoras y otros simplemente compraron unas playeras que hicieron los habitantes de allí para promover la reforestación y la preservación del bosque.
Luego nos reunieron y formamos un círculo, cantamos una canción que nos enseñó una señora, dijimos gracias y nos preparamos para la caminata de regreso a los camiones. Tal vez era porque ahora subíamos o porque había sido un largo día de trabajo, pero cuando estábamos todos en nuestro camión se veía el cansancio en cada una de nuestras caras. Algunos nos quedamos dormidos mientras que otros seguían platicando y riendo, pero todos sabíamos con satisfacción que aunque estuviéramos cansados y el viaje había sido (y sería) largo, valió la pena.
Al llegar al Centro Cultural regresamos las palas y los picos y cada quién se fue por su lado con un buen sabor de boca y sabiendo que aunque tal vez no todos los arbolitos sobrevivan, se pudieron plantar más de los 2000 que se habían previsto y que aunque sólo uno sobreviviera, habíamos hecho un pequeño cambio en nuestro mundo. Gracias Rotaract por todo lo que me has dado.
Natania Perelson